Viajando en la máquina del tiempo
Hola,
Hacía sol, pero poco, pero no importaban los expertos habían salido al balcón y tras echar un vistazo había dictaminado que ese día no iba a llover e iba a hacer calor. Era temprano, pero la tele estaba puesta y en ella los pamplonicas cantaban periódico en mano a un santo, justo antes de salir corriendo delante de los toros. Acabado el encierro, la tortilla de patatas estaba hecha y bien envuelta, la pequeña nevera naranja lista con las bebidas, un millón de cubitos de hielo y unas placas azules que habían pasado toda las semana en el congelador. Toallas, sillas, mesas, el paraguas (parasol) no nos dejemos el paraguas y aquella maleta roja de Coca-cola llena de platos y cubiertos de plástico.
El coche cargado y por aquel entonces parece que eran coches superseguros porque nadie necesitaba llevar el cinturón, y la única razón para que los niños no fuéramos delante es que molestábamos. Caravana larga y pesada para unos pocos kilómetros. Canciones antiguas en casete rallado amenizaban el viaje, mientras mirabas por la ventana a ver si veías a la familia en algún coche de la caravana. Llegabas al pinar, casi un bosque, al lado de ese árbol que los domingos por la mañana siempre era nuestro. Despliegue de sillas plegables, mesas plegables,... viajando en la máquina del tiempo.
Hacía sol, pero poco, pero no importaban los expertos habían salido al balcón y tras echar un vistazo había dictaminado que ese día no iba a llover e iba a hacer calor. Era temprano, pero la tele estaba puesta y en ella los pamplonicas cantaban periódico en mano a un santo, justo antes de salir corriendo delante de los toros. Acabado el encierro, la tortilla de patatas estaba hecha y bien envuelta, la pequeña nevera naranja lista con las bebidas, un millón de cubitos de hielo y unas placas azules que habían pasado toda las semana en el congelador. Toallas, sillas, mesas, el paraguas (parasol) no nos dejemos el paraguas y aquella maleta roja de Coca-cola llena de platos y cubiertos de plástico.
El coche cargado y por aquel entonces parece que eran coches superseguros porque nadie necesitaba llevar el cinturón, y la única razón para que los niños no fuéramos delante es que molestábamos. Caravana larga y pesada para unos pocos kilómetros. Canciones antiguas en casete rallado amenizaban el viaje, mientras mirabas por la ventana a ver si veías a la familia en algún coche de la caravana. Llegabas al pinar, casi un bosque, al lado de ese árbol que los domingos por la mañana siempre era nuestro. Despliegue de sillas plegables, mesas plegables,... viajando en la máquina del tiempo.
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