La tumba olvidada
Lo trajeron desde su modesta casa, a dos manzanas de aquí, en la esquina de la calle Francos con la del León, sin acompañamiento ni pompa alguna, y fue enterrado en un rincón oscuro del que no se guardó memoria. Ninguneado por sus contemporáneos y sólo reivindicado más tarde, cuando en el extranjero ya devoraban y reimprimían su Quijote, ni siquiera una placa o una inscripción recuerdan hoy su nombre. Fueron solo el tiempo, la sagacidad y la devoción de hombre justos - y extranjeros - los que dieron, al fin, la gloria que sus compatriotas le negaron en vida y a la que todavía, en buena parte, la España cerril de toros, sainetes y majeza permanece indiferente. Triste símbolo, aquellos anónimos muros de ladrillo, de toda una nación inculta dormida entre los escombros de su pasado, suicidamente satisfecha y prisionera de sí misma. Amarga lección póstuma esa tumba olvidada. La de aquel hombre bueno, soldado en Lepanto, cautivo en Argel, de vida desgraciada, que alumbró la novela más genial e innovadora de todos los tiempos.
Hombres buenos (Arturo Pérez-Reverte)
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