Un icono de la cultura pop

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Si nosotros los mortales conseguimos dejar una solo imagen inmortal por la que el mundo nos recordase, nos podríamos dar con un canto en los dientes. Si actúas de cara al público, al final un par de esas conseguirás. Pero Audrey prácticamente cada imagen suya la convertía en un icono.
Esta actriz belga de nacimiento británica de nacionalidad y que nació con el nombre de Audrey Kathleen Ruston, descendiente de familia con títulos de estos rimbombantes, se crió en Holanda. De pequeña ella y su familia vivió en Inglaterra, hasta que su madre salió corriendo cuando descubrió que su marido era un poco nazi, y eso fue sobre el año 1939. Su madre se equivocó creyendo que estarían a salvo en Holanda, ya que fue de lo primero que invadió Alemania.  De esa época de penuria y malnutrición provocó la enfermedades que marcarían la vida de Audrey, su extrema delgadez y su dificultad para ser madre.
Se cuenta que de adolescente con la excusa de ser bailarina de ballet, llevaba con disimulo noticias a la resistencia durante la Segunda Guerra Mundial. Acabada esta vió que en el ballet no tenía lugar ya que no la dejaban interpretar papeles principales por su "gran" altura: 170cm.  Así que se dedicó a su otra pasión, actuar, eso si siempre con zapato plano. Empezó con películas pequeñas en Europa y con musicales. Tuvo la suerte que alguien creyera ver en ella una princesa perfecta para la película Vacaciones en Roma (1953) de William Wyler para lucir al lado del protagonista Gregory Peck. Su primera película en Hollywood y consiguió su único Oscar y un Globo de oro. Luego vendrían Grammys, Emmys, Tonys, BAFTAs o premios de la academia italiana de cine.
Pero hoy, que hubiera sido su 91 cumpleaños, si alguien desea hacer una recopilación de imágenes influyentes en la cultura popular, no dudará en poner o su princesa Ann encima de una Vespa, su Sabrina volviendo de París, su Natasha Rostova de Guerra y paz, su cara de ángel, su Holly desayunando un cruasán delante del escaparate de Tiffany's o con su gato sin nombre, esos enormes ojos sobresaliendo por encima de sus gafas de sol en Charada, su Eliza Doolittle o su fiel esposa de dos en la carretera. También puede que añada sus fotos con el cervatillo que tenía de mascota o la de decenas de campañas que hizo para UNICEF. En cambio quitado de su primer marido, Mel Ferrer, os costaría identificar a alguien de su familia o que encontréis en ninguna parte que fardará de hablar cinco idiomas. Quizá es lo que se necesita para ser un icono.

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